Cada uno vale para lo que vale.
Últimamente se ha puesto de moda sentar en la mesa de comentaristas a deportistas retirados. No es una mala práctica o, mejor dicho, no tiene porqué serlo. He ahí el caso de Chichi Creus: con él y su pizarra entendíamos mejor el baloncesto. Pero, sobre todo, de Perico Delgado. Este grandísimo ciclista es casi mejor comentarista: sabe descodificar los lances de todas las carreras, nos explica los recorridos, analiza los equipos y, sobre todo, junto a los buenos profesionales Carlos de Andrés y, antes, el desaparecido Pedro González, hace que una carrera de 200km sin puertos ni escapadas no pierda interés ni un momento.
No es el caso, sin embargo, de Fernando Romay. Con lo graciosillo que parecía en Mira quién baila y en toda esa clase de programas en la que se hizo tan frecuente y lo tremendamente aburrido que está siendo en los partidos de la selección en las Olimpiadas. El periodista intenta darle pie para que diga algo y nada, él a lo suyo, con esa voz tediosa y cansada que no aporta nunca nada. A veces explica cosas que sólo él entiende o sólo se dedica a repetir que así hay que jugar. Comenta los partidos como si estuviera sólo en su casa, viéndolo desde su sillón con una cervecita en la mano. Y ser comentarista no es eso, es mucho más y, Romay, te queda muy grande. No hace ningún comentario de valor, no aporta su experiencia como deportista para entender la estrategia del equipo y no es tan dinámico como el balocensto requiere.
Hay otros profesionales que se bastan y se sobran para comentar el deporte. La voz de Paloma del Río es un elemento más de la gimnasia rítimica, de la artística, del salto, de la sincronizada... es una peridista didáctica que no necesita aspavientos ni coletillas graciosas para captar la atención del espectador. Sabe cuál es su labor en la retransmisión y no la entorpece sino que, todo lo contrario, la agiliza para el televidente.
Entre unos y otros está Amat Casteller. No sé si es periodista o ex deportista, lo que sí sé es que realiza preguntas de lo más impertinente a los atletas: no se le puede decir a un profesional, después de estar cuatro años entrenando para los Juegos Olímpicos, si se siente un fracasado por no haberse clasificado para la final. La respuesta no aporta nada, tan sólo hurga en la herida de un deportista cabreado consigo mismo. Se puede preguntar por las causas del mal registro, por las sensaciones del deportista, pero hay formas de hacerlo mucho más respetuosas y que hacen menos daño a un atleta que, a buen seguro, sabe perfectamente que lo ha hecho mal. Parece que está enfadado con todos los atletas y quiere fustigarles... o un reportero del Tomate en el ámbito deportivo, que sólo pregunta para cabrear.