martes, 26 de enero de 2010

Pervertidos

La primera edición de Gran Hermano revolucionó España. No exagero: las cifras de audiencia y el debate público sobre cada expulsión eran masivas. Poco después llegó Operación Triunfo y el efecto fue aún mayor. Fue como volver a las cifras de audiencia que tenía TVE cuando era la única cadena. Cada gala era más seguida que un partido de la selección española.


Han pasado diez años. Nosotros hemos crecido y estos programas se han pervertido (que no al revés). Las primeras ediciones de ambos fueron puras. Ganaba el mejor compañero y el más simpático en el programa de Telecinco y el que más había evolucionado y mejor cantaba, en el que comenzó en TVE y también acabó en la cadena de Berlusconi. Con el primero, todos pensábamos que podíamos convivir; del segundo, todos queríamos oír un disco.


Pero pasaron las ediciones y todo se fue pervirtiendo. En la escuela de Triunfitos dejó de ganar el que hacía más méritos vocales y empezaron a aparecer los que daban más juego, los interesantes para crear polémica y rellenar horas en otros programas de la cadena. En Gran Hermano fue mucho más evidente aún: empezaron a ganar los violentos, maleducados y, como ellos dicen, estrategas (una forma encubierta de hablar de falsedad, interés y malicia).


El objetivo de ambos concursos cambió radicalmente. Nunca más se premió la mejor voz y nunca volvió a ganar en Gran Hermano alguien con quien se pudiera convivir mínimamente. El formato se había pervertido definitivamente y ahora ambos son solo fábricas de frikis o personajillos televisivos que ven el programa como una puerta a los platós del corazón.


Hace un par de años comenzó otro reality que apuntaba maneras y que siempre he defendido: Fama, en Cuatro. Un buen programa de entretenimiento, apto para todos los públicos y que defiende el valor del esfuerzo, el arte y la profesionalidad. Este año se ha precipitado su tercera edición y, definitivamente, el formato ha quedado tocado y tal vez hundido.


En las dos (o tres, según se tenga en cuenta la última de grupos) ediciones, los ganadores habían sido escogidos por esos valores: arte, profesionalidad, trabajo… Podían ser los mejores o no, puesto que ese es un criterio totalmente personal, pero objetivamente cumplían con dichos requisitos. Hasta este año.


El ganador de Fama 3 es un chico vago, irrespetuoso con los profesores, mal compañero e irreverente con el público. Eso sí, era muy carismático y polémico. Independientemente de si bailaba bien o mal, que es algo subjetivo, se ha premiado a un futuro friki televisivo. Se ha pervertido la esencia del programa con la connivencia de la dirección, los profesores y, sobre todo, el voto de la audiencia. Todos han contribuido a que Fama llegue a ser un reality más y pierda lo que le salvaba de la quema, lo que parecía un sincero amor por el trabajo y el arte.

Y es que parece inevitable que todos los programas de telerrealidad acaben siendo un nido de personajillos televisivos y, desgraciadamente, en este caso también ha sido así.