jueves, 24 de julio de 2008

El público invisible

Los que votaron para que Virginia ganará esta edición de OT serán, probablemente, los mismos espectadores que tenía Ana y los Siete o los documentales de sobremesa de La2: muchos, según los productores, y ninguno según el telespectador de a pie. O es que usted conoce a alguien que apoyara a la niñera stripper o a la niña azul?


Más que en la manipulación de los votos, creo en el triunfo de la publicidad. La calidad artística no se puede medir pero sí relativizarse: otros concursantes de OT superaban a la ganadora en torrente de voz, registros, expresividad en el escenario, carisma... y, porqué no decirlo, en simpatía y carácter. Del mismo modo que La Casa Azul o Coral mostraban las miserías musicales del Chikilicuatre pero perdieron frente a él.

¿Por qué? pues porque los españoles somos unos cachondos que a veces votamos para reírnos, cuando se busca a un cantante, y otras para jorobar y congraciarnos con el tío más rancio de la televisión, Risto Mejide. Un publicista polémico, como ha de ser, al que ninguno querríamos como conocido y que, si despreciara a alguien en la calle como lo hace con los concursantes en plató, ya habría recibido algún que otro grito... o bofetón.

Se dedica a insultar a los concursantes y faltarles el respeto con el único fin de ganar audiencia para la cadena. Porque, si bien es cierto que hay que decirles las verdades a la cara, el fin no justifica los medios. Aunque, en este caso, ha conseguido lo que quería: ha hecho ganar a una perdedora y, ahora, se lo rifarán las marcas que quieran que sus productos, buenos o malos, se vendan a porrillo porque, si ha conseguido eso con una chica inexpresiva y repetitiva, es que es un buen publicista.

Estoy segura de que desapareció de la última gala de OT para ir a reírse a su camerino y pensar: ¡Joder! va a ganar la petarda ésta gracias a mí! el año que viene hago que echen a Jesús Vázquez en directo!

jueves, 10 de julio de 2008

Humor con denominación de origen

El humor surrealista y castizo de Joaquín Reyes y su equipo en Muchachada Nui (antes, La Hora Chanante) es la aportación más original y laudable al panorama cómico español en décadas. Han desarrollado un estilo propio, que no imita a nadie. Ni siquiera a los famosetes a los que parodian pues son ellos, los personajes (Ferrán Adriá, Manu Chao, Alaska...), los que se reencarnan en castellanos de pura cepa.

Lejos de otros humoristas que se basan en golpes, caídas, gritos y en la explotación de tópicos regionalistas lastrantes para provocar la sonrisa, estos chicos viven en un universo paralelo propio e intentan descodificarlo para que podamos verlo por sus ojos. Son cómicos totales que crean desde el guión al grafismo de los programas. Su visión paralela de la realidad y su vocabulario propio nos hacen recordar la frescura que aportó Gomaespuma al humor radiofónico.

Su éxito les ha llevado desde los canales especializados (Paramount Comedy) al canal de la inmensa minoría, La2, por petición popular. Y eso es una muy buena noticia para los creadores noveles que ven como, en la actual sobreoferta mediática, unos chavales con denominación de origen triunfan por su calidad inigualable.
Espero que, cuando seamos viejunos, nos lo sigamos pasando barbaramente con ellos.


lunes, 7 de julio de 2008

La desderechización de la bandera

Un chaval con una pulserita de la bandera de España...? de derecha.

Una cunita de bebé con una bandera de España prendida en la plaquita de oro con el nombre de la criatura...? padres de derecha.


Reduccionista? Sí.

Cierto? también.


En España hemos sentido décadas de animadversión hacia una bandera que, lejos de representarnos como nación, seguía viéndose como el fiel reflejo de un régimen rancio, dictatorial y gris. La derecha se había apoderado de este símbolo nacional y, a pesar de los grandes cambios políticos que ha vivido el país, de la transición pactada y de la unión de todas las ideologías frente, sobre todo, al terrorismo, la ciudadanía no había podido volver a apoderarse de ella.


Hace años recuerdo que me compré una sudadera conmemorativa de noséqué competición deportiva entre España y Estados Unidos. Cuando mis compañeros del colegio me vieron con la banderita en los puños me preguntaron si era facha. Obviamente les dije que, simplemente, era española. Pero me di cuenta de que la bandera, como símbolo, tenía una entidad ideológica muy arraigada en el imaginario colectivo. Había sido usurpada al pueblo, como una vez le fue su soberanía, por la derecha y no había forma de democratizarla de nuevo.


A diferencia de lo que ocurre, por ejemplo, en Estados Unidos o Noruega donde la bandera preside calles y monumentos con total normalidad, aquí ha sido durante décadas instrumentalizada políticamente.


Hasta que llegó el fútbol, y la desderechizó. No bastaba con ser campeones del mundo de baloncesto, de Waterpolo, de futbol sala, del tour y del giro, de Europa de volley, de Roland Garros y de Wimbledon... fuimos campeones de Europa de fútbol y un chaval llamado Íker entonó el "yo soy español, español, español...". Le siguió el mejor jugador de Europa, Xavi, gritando eufórico: "Viva España!". Y la gente agotó las banderas en los chinos para salir a la calle a celebrar la alegría de que España fuera campeona.


La bandera se ha popularizado, ha vuelto al pueblo. Se ha convertido en un símbolo de unión por el triunfo del deporte rey. Todo el mundo la paseaba por la calle y la colgaba de su balcón. En una sociedad en la que el interés por la política va decreciendo, no parecía lógico que este símbolo nacional se resistiera a la desideologización. Ya era hora de que los españoles la recuperáramos como símbolo de unión.


Pasará la euforia y la gente la volverá a guardar en el armario hasta el mundial de Sudáfrica. Esperemos que la neutralización política de la bandera duré mucho más.