Los que votaron para que Virginia ganará esta edición de OT serán, probablemente, los mismos espectadores que tenía Ana y los Siete o los documentales de sobremesa de La2: muchos, según los productores, y ninguno según el telespectador de a pie. O es que usted conoce a alguien que apoyara a la niñera stripper o a la niña azul?
Más que en la manipulación de los votos, creo en el triunfo de la publicidad. La calidad artística no se puede medir pero sí relativizarse: otros concursantes de OT superaban a la ganadora en torrente de voz, registros, expresividad en el escenario, carisma... y, porqué no decirlo, en simpatía y carácter. Del mismo modo que La Casa Azul o Coral mostraban las miserías musicales del Chikilicuatre pero perdieron frente a él.
¿Por qué? pues porque los españoles somos unos cachondos que a veces votamos para reírnos, cuando se busca a un cantante, y otras para jorobar y congraciarnos con el tío más rancio de la televisión, Risto Mejide. Un publicista polémico, como ha de ser, al que ninguno querríamos como conocido y que, si despreciara a alguien en la calle como lo hace con los concursantes en plató, ya habría recibido algún que otro grito... o bofetón.
Se dedica a insultar a los concursantes y faltarles el respeto con el único fin de ganar audiencia para la cadena. Porque, si bien es cierto que hay que decirles las verdades a la cara, el fin no justifica los medios. Aunque, en este caso, ha conseguido lo que quería: ha hecho ganar a una perdedora y, ahora, se lo rifarán las marcas que quieran que sus productos, buenos o malos, se vendan a porrillo porque, si ha conseguido eso con una chica inexpresiva y repetitiva, es que es un buen publicista.
Estoy segura de que desapareció de la última gala de OT para ir a reírse a su camerino y pensar: ¡Joder! va a ganar la petarda ésta gracias a mí! el año que viene hago que echen a Jesús Vázquez en directo!