Al final del año, todos hacemos -o deberíamos hacer- balance de cómo nos han ido las cosas, qué deberíamos cambiar, hacía dónde vamos, qué queremos... Y las cadenas de televisión han hecho lo propio: evaluar cuáles de sus apuestas han sido un éxito -y, por ende, ahondarán en dichos géneros- y cuáles han sido estrepitosos fracasos -y, por tanto, fueron fulminadas instantáneamente.
Me sorprende el fracaso de Saturday Night Live, de Cuatro. Un programa divertido, donde buenos cómicos españoles -y no como los que nos llenan de caspa en Nochebuena y Fin de Año- nos hacían reír con ingenio e inteligencia. Creatividad, música en directo e invitados que vencían el miedo al ridículo para meterse en un trepidante show en directo que no calaron en una audiencia acostumbrada a un humor más simplón y previsible.
Le fue bien, sin embargo, a otra apuesta arriesgada de LaSexta, El Aprendiz. Ciertamente me alegra porque, aunque se tratara de un reality que nos recordaba la depauperada situación del mercado laboral, los protagonistas eran jóvenes españoles sobradamente preparados y eso siempre es de felicitar por la imagen de modernidad, formación y calidad que se da de las nuevas generaciones.
Hubo sonados y previsibles fracasos de series españolas de escasa originalidad y calidad como fueron De repente, los Gomez, Los exitosos Pells o 90-60-90. Todas ellas nacieron con personajes débilmente trazados, con tramas poco verosímiles y sin ese gancho al que las buenas series americanas nos han acostumbrado.
Pero, sin lugar a dudas, del fracaso que más me alegro es del de Dejadnos solos, de Telecinco. ¿Qué clase de padre vende la intimidad de su hijo sin ningún pudor? ¿Con qué excusa lo hacen? Si lo que querían era que vivieran una experiencia con otros niños, bastaba con llevarlos a un campamento de verano. Pero me temo que esos padres, en realidad, querían salir en la tele a cualquier precio y sus hijos fueron meros peones, una coartada para sus ganas de dinero y fama. Era un Gran Hermano infantil y sólo decirlo es una total aberración. Se ha vendido la intimidad de esos niños que, de continuar al programa, podrían haber acabado lesionándose (cocinaban ellos solos) o, lo que es peor, estigmatizados en sus colegios, barrios o incluso internet para siempre por cualquier gag, torpeza o llanto televisado. Porque es cierto que los niños son crueles, pero no lo es menos que las madres y padres que accedieron a televisar la inocencia y naturalidad de sus hijos también lo han sido bastante.
Feliz 2010!!