Nacho Abad contaba, esta mañana, que un grupo de jóvenes bándalos tenía atemorizado a un pueblo de La Coruña. Destrozan cristales, rompen mobiliario público y hacen pintadas insolentes.
El plano mostraba una pared en la que los delincuentes habían escrito "PUTA POLICIA" (consigna bien conocida de manifestantes y amantes del botellón). Y el escudriñador de basura ha espetado: "¡Ni siquiera saben que 'policía' se acentúa en la i!". A la cárcel de la gramática y la ortografía!!
Probablemente los jóvenes saben que policía se acentúa en la 'i' aunque no hayan caído en que también se tilda; puede ser porque tuvieran que salir corriendo de dicha policía o porque no querían demostrar un nivel de conocimientos lingüísticos demasiado elevados y así despistar a sus perseguidores.
Sea como fuere, el espacio de Nacho Abad en Ana Rosa es aberrante y muy poco progresista. No porque se hable de sucesos, sino porque el único mensaje que se infiere de su discurso, día a día, es: "hay que eliminar la ley del menor, los chicos que con 14 años cometen un crimen deben ser juzgados sin atenuantes ni contemplaciones, ir a la cárcel con sus padres y, junto a ellos, no salir nunca más de allí".
Día tras día, el comunicador mete sus manos en la sangre y se deleita con ello. Busca cada pelo, cada esputo y cada foto que las víctimas hayan mostrado y se relame en las teorías más grotescas y, sobre todo, en que los jóvenes son culpables hasta que se demuestre lo contrario. Todo esto, en España, un país donde la delincuencia alcanza las cifras más bajas de Europa.
Ana Rosa entrevista a los padres de las víctimas y conduce sus preguntas por los caminos del morbo y la venganza: "¿ustedes creen que la pena se queda corta?, ya nadie les va a devolver a su hijo pero les consolaría que la pena fuera lo más alta posible, ¿qué le diría usted al juez sobre su hija para que comprendiera mejor el crimen?, ¿su hijo era muy buena persona?".
Es un discurso a favor de la cadena perpetua, de que la ley sea más dura con el menor y de que se elimine la presunción de inocencia; de que los padres de las víctimas legislen (véase el caso Mariluz o Neyra, sobre el que hablaré otro día) y de que se elimine de nuestro ordenamiento legal la finalidad de reinserción que tiene la cárcel.
La audiencia de Ana Rosa escucha esto día a día. Es un mensaje que, como una lluvia fina, calará. Y me da miedo. Porque son muy pocos los menores que delinquen en España, porque todos somos inocentes hasta que se demuestre lo contrario, porque la cárcel debe tener una función reeducativa que se está obviando y, sobre todo, porque si ponemos a los padres de la víctimas a legislar sobre homicidios o a quienes han sido estafados a juzgar delitos económicos, tendremos un sistema legal revanchista, caliente, injusto y que sólo busque la venganza y el castigo ejemplar.